Publicado en Milenio Semanal.
LUCHA CALLEJERA EXTREMA
“Lo que
decimos todos los luchadores es: sabemos que vamos a subir… Quién sabe si
bajemos”, es la cita que utiliza el informante por teléfono, extraída de un
reportaje sobre el luchador Súper Comando. Son palabras reales cuando se habla
de lucha libre, pero más aún cuando se habla de lucha libre extrema, mejor
conocida como hardcore, tanto más cuando ésta se practica en
la calle.
EXTREME WRESTLING
En México la
lucha libre extrema comienza en las fronteras de Tijuana y Monterrey, buscando
imitar la lucha independiente estadunidense conocida como Backyard Wrestling
(BYW) y Combat Zone Wrestling (CZW). El BYW se caracteriza por aficionados que,
sin formación profesional, improvisan sus peleas en patios, cocheras, bodegas o
callejones. Por esa época empieza también en el país de forma pequeña y
clandestina la CZW, fundada en Nueva Jersey por John Zandig y formada como
empresa desde 1999 con grabaciones, venta y distribución de dvd. La CZW destaca
por sus peleas dentro de una jaula, donde gana quien al final del round, generalmente
sin límite de tiempo, sigue consciente o, incluso, vivo. En el ring se
usan alambre de púas, escaleras, mesas, tachuelas, tubos de luz y fuego; en
Estados Unidos permiten que los espectadores lleven consigo algún objeto que
formará parte del set de armas de los luchadores, como sierras eléctricas,
podadoras, serruchos, martillos, engrapadoras, etcétera.
FOTO Luchador Kotarelo en Backyard.
MEXICAN HARD CORE
En México
estas luchas existe al amparo de tres membretes: Nueva Generación Extrema
(NGX), Desastre Total Ultraviolento (DTU), sin duda la más popular y, por
último, la llamada Xtreme Wrestling. La cuarta, Underground Xtrem Wrestling
(UXW), no es oficialmente reconocida y permanece en la clandestinidad. Esas
organizaciones hacen las peleas en casas, bodegas, estacionamientos, patios
traseros o en la calle, aunque en ocasiones se desarrollan, por ejemplo, en la
arena Aragón de Ecatepec o en la arena López Mateos, en Tlalnepantla, Estado de
México; allí se filman, distribuyen y venden copias de las peleas de mano en
mano o por ventas piratas afuera de las arenas Coliseo y México.
Pero,
contrariamente a lo que ocurre al otro lado de la frontera, allí no hay
peleadores aficionados. En su mayoría tienen licencia y suelen utilizar
castigos de poder y técnicas vistosas de la lucha libre clásica: lances, llaveo
y contrallaveo. Mientras que en Estados Unidos el cuadrilátero es de cuatro
metros cuadrados para aumentar la impresión de corpulencia del luchador, en
México es de seis por seis. “El plus de la lucha, el hardcore, es
la implementación de armas y la sangre. En ocasiones el camerino huele a rastro
después de las peleas”, relata el entrevistado, perteneciente a la UXW. Me dice
asimismo que el promotor es un luchador de nombre El Chilorcas, quien
maneja a “los porros”, el equipo garantía del show, integrado
por Big Memo, Ángel o Demonio y El perico. No
sabe cuántas peleas se han llevado a cabo pues no hay registros ni historiales,
ni un seguimiento rutinario de los horarios ni los días para las peleas, que se
promocionan de boca en boca o por medio de internet. Todo surge “por amor al
trancazo”, remata entre risas. El costo: la renta de un estacionamiento o una
arena que oscila entre los 10 mil y 12 mil pesos, la renta del ring y
el pago a los peleadores, más el costo de las licencias y los sobornos a las
comisiones interdisciplinarias, a las cuales se les paga por su silencio, al
igual que a los policías que “a veces se quedan a ver”.
Foto Luchador Violento Jack después de una pelea.
EXTREME BACKYARD EN EL JARDÍN DE NIÑOS.
Un
cuadrilátero iluminado al final de la calle es rodeado por 30 o 40 personas en
la colonia Prados de Aragón, de Ecatepec. En su mayoría son jóvenes de entre 20
y 35 años. Un maniquí, un catre y un lado del cuadrilátero van abrazados con
alambre de púas; hay una cruz de David hecha con lámparas y zurcida a las
cuerdas con cinta aislante. Chatarra, botes de aluminio, charolas de fierro y
demás artículos yacen sobre el entarimado.
No hay
médicos, ambulancias, camillas ni botiquín. Nadie sabe a qué distancia queda el
hospital más cercano.
Desde las
cinco de la tarde hasta pasadas las 11 de la noche el público espera la
estelar. Tres luchadores técnicos y tres rudos pisan el ring, aunque
no parece haber diferencia. Una sola caída sin límite de tiempo, y sin réferi.
Los luchadores se confían a un contrato ético no escrito: lastimar pero no
lesionar. Los lances desde la tercera cuerda al concreto se ven al menos un par
de veces. Todos dicen ser buenos amigos, aunque se ciñan a la máxima callejera:
“Prefiero que lloren en su casa y no en la mía”.
Parte del
contrato virtual es confiar en que el otro peleador está en perfectas
condiciones de salud para ser abierto por la frente con un alambre oxidado, el
mismo con el que tu compañero de equipo fue abierto instantes previos. Es un
deporte extremo basado en la confianza, la simpatía y el respeto humano.
Un par de
luchadores usan máscaras vistosas, aunque mostrar la cara vestido con
mezclilla, playera holgada y pelo largo predomina, muy al estilo de la WWE. Los
trajes coloridos son sustituidos por símbolos o logotipos y tenis de uso común.
No hay preámbulo para la exhibición hecha para festejar el cumpleaños de un
promotor dueño de un jardín de niños, que mantiene sus puertas abiertas para
que los luchadores lo utilicen de camerino y de baño público. Luego de la pelea
será utilizado como ducha y de bar: los adornos infantiles, la pequeña alberca
y las pinturas de Winnie pooh y Tinkerbell conviven
con la sangre, el dolor del final de la pelea, las bebidas y el humo de tabaco.
PELEA
Lámparas rotas en el cuerpo del oponente,
golpes con el maniquí, botes y piezas de plástico grueso contra la cabeza.
Desde los primeros instantes hay playeras rotas, máscaras que se tornan rojas. La
pelea es dominada por el que menos sangre tenga encima. Uno siente dolor ajeno. La adrenalina cancela la obligación moral.
Los
movimientos de los seis peleadores son tan intensos que es difícil concentrarse
en los detalles: debes verlo rápido, sin parpadear. Muestran poca técnica de
lucha libre; prefieren las armas o aventarse sobre un catre repleto de púas
para dejar que un objeto oxidado abra su frente.
Más lámparas
rotas. El personal de abajo del cuadrilátero las saca de una caja una tras
otra. El ring y todo lo que lo rodea está repleto de vidrios
pequeños. Se clavan en el cuerpo de los luchadores. No hay ganancia, no hay
patrocinador ni modelos entre caída y caída. No hay presentador, ambulantaje ni
personas beneficiadas por la exhibición; importa la diversión, el placer de
subirse a luchar al ritmo del Seek and Destroy que suena en un
par de bocinas. Antes de la pelea se escuchaban cumbias y salsas: el público
participa bailando.
También hay
niños. Suben al ring instalado a unos metros de su casa
mientras está vacío. Sus padres los incitan a “luchar”, a aventarse contra el
primo o el vecino desde la tercera cuerda, a que derroten a los adultos
mientras la mamá golpea la caja contando los tres segundos, para luego subirle
las manos y declararlo ganador.
Dos sillas
sostienen una tercera acostada en el centro. El único enmascarado, pelo largo y
tatuajes en los brazos, es azotado de espaldas contra la arquitectura
provisional. También contra el piso. Se retuerce como si tuviera un ataque
epiléptico. Hay un breve silencio. Se soba la espalda: todo es parte del
espectáculo. Le truenan una lámpara más como recordatorio de que no puede
espantarnos así, que esto es serio. Un momento después lo levantan del cabello
y lo suben al ring. La lucha concluye.
Foto Luchador Aeroboy durante pelea.
EL SHOW DEBE CONTINUAR
Los seis peleadores se alzan las manos. Señalan
al valiente, al que soportó más: su rostro es irreconocible. Bajan del ring
como amigos de nueva cuenta. Hay tres ganadores claros pero no hay vencidos. Todos
son ganadores. Se les ofrece alcohol, cigarrillos, una palmada, un “bien hecho”
mientras las escobas limpian los vidrios y un par de personas desmantelan el
ring a la luz del farol, los peleadores todavía son asediados por un par de
chicos que exigen foto con su favorito. Tardan un tiempo en cambiarse de ropa y
curarse las heridas. En el jardín de niños la fiesta continúa.
Comentarios
Publicar un comentario