Geliofobia


La geliofobia es el miedo a la risa o a la sospecha de que se ríen de ti. Es la ansiedad que se siente cuando se interactúa con un chiste, una broma o una situación cómica, que en lugar de ser agradable se percibe como deprimente y/o angustiante. En casos severos las personas se paralizan o sufren ataques de pánico, entumecimiento, falta de aliento.



En el estudio Respuestas emocionales al ridículo y las burlas: ¿deberían reaccionar diferente los geliófobos? (pero en inglés) la psicóloga Tracey Platt descubrió que en general, los geliófobos eran incapaces de diferenciar entre las bromas inofensivas y juguetonas de la risa maliciosa. El estudio es un test con preguntas que parecen la burla de un estudio de caso clínico: te invitan a una boda de alguien que apenas conoces. En la celebración la novia te toma de la mano para bailar algo desconocido para ti. La gente a tu alrededor se ríe por tu ignorancia y a pesar de ser persistente no consigues bailar ad hoc. "Calcule, por favor, ¿cuál sería su emoción? El 0 es el menor, el 8 es un sentimiento de intensidad.”
  • Intensamente feliz. (Por ejemplo, sentirse incluido en la diversión del grupo y unirse a la burla.)
  • Tristeza (que se burlen de mi error.)
  • Enfado (¿cómo se atreven a burlarse de mi error?)
  • Asco (esperaba algo mejor de estas personas...)
  • Sorpresa (lo sorprendente es que se rían cuando no conozco los pasos.)
  • Vergüenza (¿cómo pudiste ser tan estúpido y provocar que rían de mi?)
  • Miedo (¿qué pasa si me levanto para bailar y se ríen de mi otra vez?)
  • Otro (coloque su reacción aquí:                              )
La mayoría de los sujetos de estudio experimentaron ansiedad, inseguridad e infelicidad. El test es un tanto disonante, porque dentro de la gama emocional que presenta, parece anormal sentir “extrema felicidad” cuando alguien nos humilla. Lo común es reaccionar con malestar, pero ante la humillación uno no se defiende del chiste per se, sino del sentimiento, casi siempre negativo, que provoca el chiste en nosotros. No es el humor nuestro titiritero emocional, es que nadie quiere sentirse asqueado, temeroso ni triste; y la reacción común es huir del humor, con tal de evadir las emociones negativas que nosotros mismos cargamos encima.
Por eso esta columna tiene como propósito indagar en la profilaxis del humor torcido, que no enfrenta con verdades chiquitas sobre nuestras propias emociones. Quiero presentarles a la Geliofobia que anda por la vida como teporocha con nariz de payaso. Exhibir una parte mutilada de su vida, pues nada más con verla de lejos nos provoca miedo, asco, rabia, indiferencia, repugnancia, tristeza. convivir con el humor podrido de la Geliofobia, conocer su ironía cruel y sus gustos kitsch, significa husmear en los bajos fondos de su entrepierna y oler su humor fecal, sus bromas incorrectas y de mal gusto.

Y es que es muy probable que la mayoría de nosotros hayamos experimentado una angustia similar al ver a un payaso subirse al transporte público. El alma y las flatulencias abandonan el cuerpo. Las manos sudan y nos nutrimos del nerviosismo. He sentido ese vacío varias, es horrible. Me pasa que escucho al payaso y ya me siento triste. No lo veo a los ojos y dan ganas de meter la cabeza entre las llantas del microbús avanzando. El payaso puede estar tres minutos hablando de las hojuelas que dejó el leproso cuando salió de la piscina. Se siente de la chingada. Duele. Incomoda. Escucho que una niña se cayó del columpio porque no tenía manitas. Miro a los ojos al payaso, sonrío un poco: me cargó la chingada.
Si un payaso te humilla la vida cambia. Afrontar aquello que no deseas saber de ti, aunque sea frente a desconocidos, está culero. Los intestinos se retuercen, dan ganas de tener a la mano un arma porque es bien difícil enfrentarse a la vida en su versión brutal. Esas experiencias marcan porque el bullying está en la mayoría de los chistes, en la más hija de toda su puta madrez. El trauma es esa otra verdad que no es fácil reconocer aunque quieras, sin embargo vives con ella a diario aunque no la tengas en la consciencia.
Ser el blanco de las humillaciones nos coloca en una situación vulnerable. Si el payaso va a una fiesta infantil no le basta con decirte fe@, narizon@ ni siquiera con gritarle a la chica guapa, “¡guapa!”. Es obvio que la reacción de cualquier persona con un mínimo de pasión sea el enojo; que sienta asco y miedo. En esa medida, levantar una denuncia por un grito no parece tan irrazonable. Si las denuncias aligeran el malestar que provoca el payaso, hay que hacer lo posible para reducir el sufrimiento. Ser humillado por la guapura duele. También he estado ahí…
Sin embargo, Pensar que todos seremos humillados al ver  un payaso… eso es diferente. La fe en un pensamiento no significa que se hará realidad. El presentimiento de una humillación pocas veces llega. Colocarse en la posición de víctima por todo acto que intente ser humorístico, es pensarse como el epicentro de todo y eso es ridículo. No eres especial para victimizarte cada que vez a un payaso.
La mayoría de las veces hay que ser capaz de ver lo lúdico del humor. Interactuar socialmente con ello e incluso, en su versión más sangrona de superación personal, hay que reírse de la humillación, porque implica enfrentarse con una diminuta verdad sobre nuestro rostro o el exceso de gym. Ponerse a la defensiva de una situación que no llega y que quizá no llegue, es tener en gran estima de la valía propia. El humor nos enfrenta a verdades chiquitas y una de ellas es que no somos tan especiales como creemos. No valemos por lo guapo que pensamos ser, ni por los sentimientos que experimentamos luego de un chiste cruel.



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