Para la Columna mensual de RAZtudio Media. Sobre los juegos y la muerte.
JUGAR HASTA MORIR
The devil inside
Every single one of
us the devil inside…
It's hard to believe we
need a place called hell.
INXS
Cartman, el personaje gordo y racista
de South Park, jugando
a ser Buffalo Bill, el asesino del Silencio de los inocentes. Aunque no se mete
el pene entre las piernas, bailando Good bye horses, sí tiene
secuestrada una fémina de peluche gritándole “pon la loción en la canasta”
Jugar es tan natural que cuestionarlo parece ridículo. Todos hemos jugado, el juego es un acto universal, tanto como la risa de un bebe satisfecho. Si jugando me detengo a pensar sobre las propiedades del juego la pregunta se hace idiota. Pensar sobre la idea del juego, arruina el juego mismo. Así como racionalizar un chiste arruina el chiste, afirma Freud. Sin embargo, para poner sobre la mesa lo “evidente”, se sabe de ciertas características que le pertenecen al juego: divierte,libera, alegra, posee reglas, nos ayuda a convivir y es sano.
Jugar es tan natural que cuestionarlo parece ridículo. Todos hemos jugado, el juego es un acto universal, tanto como la risa de un bebe satisfecho. Si jugando me detengo a pensar sobre las propiedades del juego la pregunta se hace idiota. Pensar sobre la idea del juego, arruina el juego mismo. Así como racionalizar un chiste arruina el chiste, afirma Freud. Sin embargo, para poner sobre la mesa lo “evidente”, se sabe de ciertas características que le pertenecen al juego: divierte,libera, alegra, posee reglas, nos ayuda a convivir y es sano.
Si pensamos sobre el juego en
niños como Cartman, en pequeños que matan animales por placer, jugando a
ser (o querer ser) narcotraficantes, en las personas que en México juegan al
“cajuelazo” como entrenamiento para volverse mejores secuestradore; en el Choking Game, los video juegos Hentai
(porno japonés, donde el propósito es seguir, acosar y finalmente violar
a una chica mediante un simulacro virtual); en los juegos sexuales del Marqués
de Sade, en el Sexual Hazmat,
la estrangulación auto-erótica con la que murieron Michael Hutchence y David
Carradine, la ridiculez de la cuestión qué
es el juego, se torna
siniestra cuando uno pregunta ¿qué no se puede hacer jugando?
La saga Saw, se caracteriza
por decir “juguemos un juego” y luego de las reglas e instrucciones
correspondientes se sigue una carnicería. Aumenta el terror y desconcierto con
la ausencia del asesino, o con su “presencia” a través de un circuito cerrado
de TV. Se nota una supremacía moral, en las primeras películas, por encima del
espectáculo de la muerte. Conforme avanza la saga, la muerte se hace superior
al contenido ético de los personajes. Nosotros gozamos al estilo Jigsaw:
presenciamos el espectáculo de la crueldad a través de una pantalla y, conforme
avanza el espectáculo, preferimos la sangre y lo terrorífico de las muertes
sobre las decisiones morales.
El anime Deadman
Wonderland presenta
algo similar. Presos condenados a muerte son puestos a pelear al estilo romano.
En otro juego son invitados a formar parte de una atracción que ofrece la
prisión-feria llamado el “Carnaval de los horrores”- la idea de una cárcel
circense hubiera fascinado al propio Foucault. El preso perdedor, de no morir en
el carnaval es premiado con un estímulo económico para abastecerse de
alimentos. En el juego-pelea, al ganador, se le sube de nivel para
combatir con oponentes más fuertes. Los perdedores de esas peleas VIP son
encadenados a una silla. La vuelta a una ruleta, donde aparecen partes del
cuerpo, decidirá el destino del preso para satisfacer el morbo de los
espectadores. Así, la aparición de una pierna derecha, al detenerse la ruleta,
significa que esa extremidad será mutilada; si es un ojo, se extrae el ojo o se
le corta el pelo a modo de ironía cruel. La idea de video-trasmisión, como
espectáculo de crueldad, se alimenta del consumo de los espectadores ávidos de
sangre.
En el documental los Juegos de la muerte se expone el goce al estilo Jigsaw y Deadman Wonderland explorando la relación entre el juego
y el espectáculo en su manera de manifestación terrorífica. Por medio de un
experimento (una muerte disfrazada de entretenimiento) se pregunta: ¿Puede la
TV abusar de su poder para obligar a matar? Resulta interesante ver cómo
reacciona la gente ante la presión de la TV, los espectadores, los productores,
las reglas, la propia moral, la crueldad y el hecho de que finalmente, sólo es
un juego.
Las connotaciones de hoy día
entre juego-crueldad-diversión también estaban o están presentes en los
asesinos seriales: Ed Kemper jugaba a ser víctima de la silla eléctrica. Su
hermana era el verdugo. El hijo de Sam, David Berkowitz el asesino del calibre
.44, jugaba a la piromanía, la brujería y seguro a las pistolistas. Andrei
Chikatilo jugaba entre la miseria que dejó el gobierno Stalinista. Se habla de
cientos de reportes de canibalismo entre familias para saciar su hambre. Se
rumora que el propio Chikatilo se comió a su hermano. Los asesinos de mujeres
jugaban a vestirse de niña. Issei Sagawa, el “Canibal Rockstar”, jugaba a
ser la víctima de su tío: un caníbal que perseguía al pequeño Issei y luego de
atraparlo lo metía en una hoya para “guisarlo” y “comérselo”. En general los
asesinos mataban animales como parte de un juego infantil, donde el acto del
juego desarrolla su potencial asesino. Al menos eso se dice. Descubrir la
muerte por ese medio parece una forma lúdica de experimentarla, (como aquella
explicación que da Bill de Kill Bill a su hija; por cierto, menos trágica
que la de Michael Myers en Halloween, la versión de Rob Zombie, donde el niño
mata a sus 4 primeras víctimas el mismo día. Tenía 10 años y usaba una máscara
de payaso para acentuar el juego infantil carnicero.
¿Los asesinos juegan? Es
decir, se divierten, liberar tensiones, se alegran, les ayuda a convivir y a
ser sanos. Quizá la respuesta superficial sea no. Son psicópatas, no poseen
empatía, no sienten remordimientos y demás características. Están enfermos se
dirá. Si no se considera juego, al menos ponen en tela de juicio la idea de
juego como una actividad lúdica, recreativa y de sano divertimento. No
obstante, se sabe que el psicópata también puede ser una persona simpática,
sensata y muy racional.
Personas que no son
psicópatas juegan con formas atípicas, cercanas a la muerte, para sentir placer
como el Choking Game, donde por medio de una asfixia se llega a un desmayo que
en teoría simula la muerte. El simulacro en ocasiones se hace real. La persona
que ayuda a asfixiar siente placer al saber que es un juego donde su víctima
despertará sin repercusiones visibles, jurídicas o de ninguna clase. Un
simulacro de muerte light.
La ruleta rusa, la mano y el
cuchillo parecen juegos leves. Ahora el lado oscuro de los juegos se satisface
por medio del hedonismo masoquista, sádico. La consumación del placer se
da provocando la muerte. Haciendo de la muerte un juego-ritual, que quizá sea
la forma actual de mantener el principio de placer por encima del principio de
realidad. Lo que da más temor es que sea al revés.
Quizá omita muchos juegos o
connotaciones humorísticas cargadas de contenido esencialmente cruel. Se dirá
que nosotros también jugamos con pistolas, matamos animales y jugamos a las
“cebollitas” con las niñas. Como muchos infantes ahora mismo lo hacen, jugamos
videojuegos de asesinatos, escuchamos música agresiva, sufrimos bulling o
fuimos impulsivos contra otros niños; no obstante, pensar en matar algún animal
o tener una pelea callejera resulta impensable. Se dirá que mucho menos cabe en
nosotros la idea de ser violadores, secuestradores o desarrollar un instinto
asesino. ¿Aprendimos a reprimirnos? Viéndolo de eso modo no suena tan mal.
Algo similar se argumentará
cuando hacíamos cosas peligrosas por diversión o sólo jugamos de manera
violenta. Muchas veces sin tomar en cuenta las repercusiones de la “gran
hazaña”, que al pensarlas tiempo después, se convierten en la “gran estupidez” -viéndolo de ese modo, la
racionalización sí es el acto fallido para el juego. Más allá de nuestras
experiencias en el tema, podemos decir también, que nosotros no las trasmitimos
por TV al estilo Jackass, Scarred o Ridiculoussness, (que por
cierto cuenta con Chanel West Coast, una chica cuya función es la de ser La
risa enlatada rubia, sin necesidad de enseñar piernita o escote, al
menos en el programa) donde la idea suele ser: entre más cruel o insensata
resulte la “hazaña”, entre más repercusiones dolorosas, tenga, resultará más
risible el acto. Sus juegos convierten la diversión en terror y celebran una
especie de locura sensata; puesto que les pagan por hacer aquello y además se
vuelven estrellas desarrollando esa línea delgada que va de la risa al nervio.
La “gracia” de esos programas es que el espectador se angustie al ver cómo
alguien será mordido por serpientes o bajará por escaleras al rojo vivo. Salir
librado, eliminar el nervio, es la gran diversión; pues poner en riesgo nuestra
vida o la de los otros nos divierte. Jugar de éste modo siempre resultará
doloroso. Sobre todo si preferimos jugar a morir. En ocasiones es sano ser
aguafiestas. Sin embargo, jugar con la muerte es el espectáculo por excelencia
de nuestra época.
Aceptémoslo, nos divierte ver
baños de sangre.
A pesar de los argumentos en
contra, hoy en día, Jugar significa sobrevivir para no perder.
La vida será la recompensa; a pesar de que ya la teníamos antes del juego, y
gratis. En los juegos contemporáneos se desvanece la idea de liberación y
alegría que nos ayuda a convivir y crecer sanos. Jugar a morirse es la
diversión del siglo XXI.
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